IF CATS ARE LUCKY, WHY NOT WOLVES?

Chapter 9: cap 9



Rufus miraba a ambas, la Reina Demonio y María, como si estuviera en medio de una telenovela donde las actrices se habían olvidado de sus guiones. Era una situación incómoda, como si te dieran un regalo y, al abrirlo, descubrieras una camiseta de tu ex. "Es bueno volver a verte, aunque el look brillante no te queda bien", dijo la Reina Demonio, con una sonrisa que podría quemar el hielo del ártico. María, ofendida, hizo un puchero que era tan exagerado que parecía un cartoon de las viejas épocas. "¡Ah, no es mi culpa! Es culpa de ese dragón", se quejó, mientras cruzaba los brazos como una niña de cinco años que no quería compartir su helado.

Mientras tanto, Luna y Rufus estaban en un rincón, tratando de hacer una peluca para María. ¡Porque claro, eso es lo que se hace en situaciones tensas! Rufus, con una destreza digna de un artista del circo, le colocó la peluca en la cabeza a María justo cuando Sparki, la hija de Rufus, decidió usar magia de fuego. "¡Ah, ah, ah! ¡Quema!" gritó María, mientras la peluca se fusionaba con su cabello natural, creando un estilo que ni la Reina Demonio podría haber imaginado en sus peores pesadillas.

"Bien, ahora que tienes cabello, ¡tienes que trabajar, María!", exclamó la Reina Demonio, con una voz que combinaba la autoridad de un jefe y la diversión de un payaso. A pesar del dolor y de tener la cabeza como un tomate, María asintió. Tenía que hacer armas, aunque Rufus pensó que eso era una pésima idea. La veía leer un tomo de hechizos acostada encima de una forma de metal, golpeando con un martillo de juguete como si fuera una especie de terapia ocupacional. Luna, con un tono de voz que sonaba como si estuviera en un programa de superación personal, le dijo a Rufus: "No cuestiones sus métodos, mientras logre un buen resultado".

Rufus solo suspiró. "Eso espero", murmuró, mientras se imaginaba cómo sería volver al pueblo a pagar el resto de su deuda y correr para que su jefa de construcción no lo atrapara. Volvió al castillo y vigilo a Sparki para que terminara su educación, que a esas alturas consistía en ver galletas voladoras y esquivar los gritos de María.

La Reina Demonio, por su parte, estaba maldiciendo a Sparki mientras le daba galletas. "¡No le des más azúcar! ¡Eso solo provocará que haga más pelucas de fuego!" Rufus, en un arranque de paternidad, le pegó en la cabeza con un matamoscas a la Reina Demonio. "¡Auch! ¡Eso duele!", protestó ella, aunque en su mirada se podía ver que lo disfrutaba. "Te lo mereces. Sparki debe aprender a seguir adelante, incluso sin motivación. Además, les podrías pudrir los dientes", dijo Rufus con una sonrisa perfecta, recordando que su padre era dentista y que la genética no había sido generosa con él en ese aspecto.

"Eso es verdad", asintió Luna, que estaba a su lado, claramente disfrutando del espectáculo. "El padre de Rufus era dentista, y mira cómo acabó...". Rufus solo le lanzó una mirada de advertencia que parecía decir "no sigas, por favor".

Luego, el momento culminante llegó con la llegada de unos aventureros. "¡En 3, 2, 1!" gritaron, pero justo en ese momento, algo salió mal, ¡como siempre! El hechizo de teleportación se rompió, y los aventureros salieron volando del calabozo como si fueran un grupo de globos de helio, chocando contra las paredes y aterrizando desordenadamente. "¡Vuelvan pronto!", gritó Rufus, mientras se preguntaba si era una buena idea ser considerado el "hombre lobo de la suerte" del pueblo.

Así, entre malentendidos, hechizos fallidos y una Reina Demonio que parecía más interesada en las galletas que en gobernar, el caos se apoderó del castillo.

Rufus, el hombre lobo de la suerte, estaba en su taller improvisado, rodeado de frascos de pociones que, para ser sinceros, parecían más un experimento de cocina fallido que el último grito de la magia. Las pociones, de un azul vibrante que cambiaba a morado y luego a un naranja chillón antes de explotar en negro, eran una creación de la Reina Demonio. La pregunta que nadie se atrevería a formular en voz alta era si eran pociones reales o venenos disfrazados. Rufus no estaba seguro, pero el olor a quemado que emanaba de algunas de ellas no le daba mucha confianza.

Mientras tanto, Luna, su amiga de la infancia y, según los rumores del pueblo, su "interés amoroso" (aunque ambos parecían no darse cuenta de lo obvio), estaba en la cocina intentando preparar algo comestible. La situación ya era un caos: un plato volaba por los aires, y Luna, con un delantal que parecía más un disfraz de payaso, trataba de apagar un pequeño incendio en la estufa, mientras Rufus no podía evitar sonreír por la escena.

"¡Ey, Luna! Tengo una pregunta", dijo Sparki, la hija de Rufus, que tenía la habilidad innata de aparecer en el momento más inoportuno, como una especie de ninja de la curiosidad.

Luna, con una sonrisa que podría iluminar un oscuro bosque, se detuvo un segundo antes de responder. "¿Qué quieres saber, Sparki?"

"¿Tú y Rufus son pareja?", preguntó con la inocencia de una niña que no sabía que estaba encendiendo fuegos artificiales en una habitación llena de dinamita.

Luna soltó un plato que hizo un ruido estruendoso al caer al suelo. "Eh... ¡Yo, yo!", tartamudeó, sonrojándose como un tomate en plena cosecha. "No sabría decirte... eh, ¡mira! ¡Una mariposa!" Y con eso, empezó a hacer gestos exagerados hacia la ventana, como si estuviera tratando de ahuyentar a un dragón con sus manos.

Sparki sonrió confundida, pero, en realidad, estaba disfrutando del espectáculo. "Siempre han sido amigos desde la infancia, ¿verdad? Y, bueno, siempre me ha gustado", confesó Luna, pero su voz se desvaneció al recordar sus múltiples intentos fallidos de confesar su amor.

Recordó la vez que intentó entregarle una carta de amor y, en un giro de la suerte, ¡se prendió fuego! O aquella otra vez que decidió regalarle una rosa, solo para que un rayo la fulminara en el acto. Y no olvidemos la vez que intentó invitarlo a una cita, usando la excusa de que iban a jugar en una nueva consola. Terminó en un pueblo llamado Lavanda, que no solo tenía el mismo nombre que el restaurante de la esquina, sino que estaba a tres días de distancia. "En mi defensa, la señal de Lavanda era un poco engañosa", pensó mientras se reía de sí misma.

Pero todos esos pensamientos se desvanecieron de un soplo cuando la Reina Demonio hizo su entrada triunfal, apretando a Rufus como si fuera un bocadillo. "¡Au! ¡Quítamela, quítamela!" gritó Rufus, mientras Sparki, con la inexperiencia de una niña de diez años y el coraje de un dragón, exclamó: "¡Mamá llegó un pejelagarto!"

Luna, ahora sosteniendo una escoba como si fuera una espada mágica, se lanzó a la acción. "¡Suelta a Rufus, criatura demoníaca!" Pero su grito sonó más como una mezcla entre una heroína de cuento de hadas y una niña que había olvidado cómo usar su voz.

Mientras tanto, Rufus no podía evitar reírse; después de todo, había visto a Luna deprimida y nunca imaginó que ella podría ser tan valiente. Sin embargo, no podía dejar de recordar sus propios fracasos amorosos, como aquella vez que intentó conquistar a una gata de agua y terminó volando a una isla desierta por tres días. "Esos días fueron pacíficos, pero no eran precisamente el punto de esta historia", pensó mientras intentaba liberarse de los apretones de la Reina Demonio.


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